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Después de Auschwitz

Madrid, España.

Espacio B

La afirmación filosófica «Después de Auschwitz» de Adorno, y que más tarde Arendt desarrolló, lo decía muy claro: los acontecimientos históricos modifican las condiciones en las que hoy se vive, se muere, se piensa y se representa.

Foto: Marina Castañeda

Quizás este proyecto, «grabar en las suelas de los desgastados zapatos (para) extender la denuncia, comprometerse con mantener viva la memoria para que no se olviden las historias, las vidas, los sueños y los nombres de quienes nos falta» es una imagen iconizada y mediatizada, pues como tal ha perdido realidad, porque a nosotras ­–quienes los perdimos– no se nos olvidan, ni sus historias, ni sus nombres, ni su ausencia, ni su falta que llevamos grabada en el cuerpo. Quizás lo único que nos queda es acentuar esa negación, es potenciar la invisibilidad del acontecimiento del que somos parte, pues nos han robado el grito, las lágrimas y la vergüenza.

¿Cómo hablar de un hecho tan descarnado sin que ello lo empobrezca o vulnere, sin que se produzca un cortocircuito entre conocimiento y la relación afectiva con la realidad?

La forma en que esta exposición se ha instalado es un modo de parar un proceso de estetización, a través de evidenciar la crudeza, la rabia, y el desdén. No dándolo todo por hecho, ni facilitando una lectura rápida, simplista; ni quitándole la fuerza de la cual ya es portadora. Exige el tiempo y la sobriedad que unos hechos como éstos merecen. Así las historias seguirán siendo realidades y las faltas ausencias. Se intenta con ello, la construcción de un dispositivo sensible que ayude a una mirada atenta. Al separar los zapatos de los mensajes, cederle su lugar a cada uno, se obliga a darle un tiempo sensible de atención que es necesario para enfrentarse a estos acontecimientos.

Con esta instalación no se suprimen las imágenes. Por el contrario, las imágenes de las palabras con las que se intervienen los zapatos de las personas (mujeres, hombres y niños), que se manifiestan públicamente por la desaparición forzada de sus familiares, se ocultan para recordarnos que la imagen no es un simple pedazo de lo visible, es una puesta en escena, un nudo entre lo visible y lo que éste dice, un dispositivo que nos devuelve la mirada, y nos disloca e implica, el ser-afectado que se reconoce como proceso de subjetivación. Aquí las imágenes funcionan como las imágenes pobres prueba de su propia marginalidad, pues han sido despojadas de su título de significación en las estructuras de poder.

Estos zapatos pertenecen a quienes buscan a sus desaparecidos, a quienes llevan el peso de una ausencia forzada. Así, también pongo mi huella y me uno a nosotras a través de esta instalación que nos incomoda y que nos impone tomar una distancia en la forma de mirar, que nos obliga a un posicionamiento político en relación a determinados estados de invisibilidad que nos perturban, por medio de un gesto el cual nos hace tambalear nuestra zona de confort a la cual estamos sujetos.

Establecer debates sobre nuestros modelos de poder, de lo real, es un acto político y de resistencia en relación a determinados estados de invisibilidad, por el tiempo y espacio que se instituye, por la manera mediante la cual corta este tiempo y puebla este espacio, opera un recorte del espacio material y simbólico, pues subvierte el orden establecido, lo perturba, deshaciendo su sujeción. Esto acentúa nuestro tiempo, nuestra acción, nuestra voz, que nos mueve, conmueve y extraña. Es a través de la creación de este espacio de pensamiento por el que potenciamos la visibilidad de un hecho que toca directamente a nuestra condición como ser humano. No solamente el conocimiento en sí supone momentos de emoción, algunas cosas ­–las cosas humanas– sólo son susceptibles de interpretación y explicación gracias a una comprensión implicativa mediante una aprehensión casi táctil de los problemas abordados.

Huellas de la Memoria, Madrid, Otoño de 2017

Foto: Marina Castañeda


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